miércoles, 25 de febrero de 2015

MEIDELE 25/02/1915 – 25/02/2015



Cuando llegaban los primeros días de invierno comenzaban a vigilarla bien de cerca. Es que ya tenían experiencia en eso de sus estropicios. Por eso, cuando regresaba del colegio, la madre le pedía que la ayude con la cocina para que se entretenga y no piense en mishigás locuras. A ella le gustaba estar entre las ollas, aprendió todos los secretos del arte culinario. Luego, después del almuerzo, leía todo lo que le pusieran delante.
Pero de vez en cuando, si alguna de las historias de Scholem Aleijem no la atrapaba, miraba hacia fuera y adivinaba en el color azul del cielo la tierra helada del patio que esperaba. Una tarde escapó de la vigilancia y lo volvió a hacer. Fue hasta la canilla del extremo del enorme patio y dejó que el chorro de agua cayera y fuera anegando toda la superficie. Paciente, esperó un par de horas y supo que ya estaba lista su pista de patinaje casera. Mattla se calzó los patines y comenzó a dar vueltas por el patio. Resbaló la madre cuando fue a tender la ropa, enojada y sorprendida le prometió a gritos el castigo nocturno. Resbaló la abuela y riendo sentada en el hielo acompañó con risas las idas y venidas de la nieta. Llegó el padre y no resbaló por poco, pero sí el caballo que quedó abierto de patas tendido en el piso. Cada invierno era lo mismo.
Mattla me contó que iba al colegio con otras niñas y niños. Estudiaban aritmética, lectura y tareas manuales. Los niños aprendían a trabajar la madera, el cobre, el hierro. Aprendían los rudimentos de la mecánica y de la construcción. Las niñas aprendían costura, cocina y se preparaban para ser buenas esposas y madres. Había una aparente tranquilidad en las calles de Kishinev, aunque la sombra de los progroms sobrevolaba los relatos de los mayores y se hacía terror en algún grito aislado cuando salían del schule.
La infancia de Mattla fue inolvidable, como inolvidable fue el fin de esos días invernales de hielo que en verano eran río y limonadas. Ella recordaba humo en el cielo, miedo en sus padres, en los vecinos, en todo el barrio. Recuerda como llenaron rápidamente un par de baúles, a su padre llegando a casa y decir con voz entrecortada que los soldados habían incendiado su fábrica. Rivca, su hermana menor, agarra todas las muñecas que puede y las intenta guardar en uno de los arcones, pero no hay lugar para todas, y la abuela le dice que tiene que elegir solo a una. Rivca llora, cada una de las muñecas tiene nombre, tiene una historia, algunas se portan mal pero la acompañan por la noche, en cambio hay otras que son hermosas, buenas y aplicadas, pero que prefieren quedarse en su casa de muñecas ajenas a los terrores nocturnos. Rivca tiene que elegir solo a una de ellas. Como muchas madres tuvieron que elegir años después en esa Europa que siempre tuvo algo de sádica. Rivca se queda con Anna, una muñeca de patas largas que siempre estuvo con ella desde pequeña y que soportó junto a ella aquella pesadilla del alud de nieve.

La familia partió de Kishinev tres días después del saqueo a la fábrica, cruzaron el océano y bajaron en el puerto de Buenos Aires. Y Jamás volvieron a Europa.
* * *
Tengo algo escrito por ahí de los años de Mattla, la Bobe, en Buenos Aires. De como conoció al Zeide y de la vida que llevaron juntos en Loncopué y en Zapala donde nació mi vieja. Y después la tragedia que transforma y desfigura a esa familia para siempre.
Hoy se cumplen cien años del nacimiento de la Bobe. Un ser infinito porque ocupa todos mis años y porque su presencia es constante cada día. Ella me quiso con tanta intensidad, que todavía ahora mientras escribo, me siento colmado de algo que solo puede ser amor. Ya dije por ahí que me dio un poquito de Idish y el amor a los libros. Que me regaló la primera bici y la segunda también. Que me llevaba a las clases de natación que terminaban con un comentario de aliento y una coca cola. Y las tortas de cumpleaños y la mesa arreglada de los domingos. Y los almuerzos donde mi zeide y yo oíamos como discutía con su archienemiga Mirtha Legrand.
Y pasan los días y ella sigue gigante, con su ateísmo, con su militancia, con la esperanza de un mundo mejor y socialista.
Vos sabés, Bobe, esto es por el cien, por el aniversario con forma de número redondo.

Vos sabés que no hace falta mientras cada noche sigas viniendo a darme tu beso.