martes, 14 de octubre de 2014

CABEZA PARLANTE


Estoy mirando mi último amanecer.

La noche pasó como siempre. Un poco fresca y bastante tranquila. Las noches fueron el único alivio en medio de esta asfixiante realidad. Mi mirada se perdía y mi alma se liberaba en la generosidad del cielo plagado de estrellas. Nunca la oscuridad fue tan brillante como la de esta semana que pasó. Mis últimas seis noches fueron silenciosas y solitarias. Mi consuelo fue la soledad. Ahora, mientras sube el sol por última vez para mi, me invade la certeza de otro día de gritos y de la crueldad sin culpa de los niños.

Soy la “Cabeza Parlante”. Eso gritan los niños. El primer día guardaron una distancia prudente a mi alrededor. Tenían curiosidad pero también cierta sensación de peligro. Luego uno de ellos juntó valor y se animó a escupirme, luego lo siguieron los demás. Pero cuando el sol se ponía, las madres llamaban para la cena, entonces los niños se iban, y yo me quedaba a salvo envuelto en la soledad del desierto. Mientras la noche crecía podía ver las casas a lo lejos con las ventanas iluminadas y un poco más tarde como se apagaban una a una hasta que todo era oscuridad y estrellas.
Creo que no tiene sentido contar que fue lo que hice. Es cierto, hice algo malo. Pero también es cierto que bajo el pretexto de la ley, la gente hace cosas horribles y el sadismo se exhibe amparado en forma de correctivo para los demás. Ahora nadie pronuncia mi nombre y nadie me dirige la palabra. Solo los niños me gritan “Cabeza Parlante”. Mi nombre quedará olvidado y solo seré recordado por mis faltas y, sobre todo, por el castigo.

Después de la sentencia lloré mi culpa y grité por clemencia. Pero la condena ya había sido impuesta y los hombres que me arrastraron hasta aquí hicieron lo que tenían que hacer sin decir palabra.
-¡Cabeza Parlante!-, gritaban los niños. Luego se animaron a saltar a mi alrededor. El polvo que levantaban con sus pies mientras gritaban me asfixiaba y se pegaba a mi rostro cubierto de sudor, la arena se metía por mi nariz y bajo mis párpados hinchados. Cuando los grandes no se daban cuenta, también me arrojaban desperdicios sin dejar de cantar, -¡Cabeza Parlante, llora un poco más!-.
Durante las primeras horas supuse que el suplicio sería mirar indefinidamente hacia un mismo lugar como una especie de corrección por haber tomado un camino que no era lo que la ley (y las costumbres) permiten. Pero luego, a medida que pasó el tiempo, empecé a sentir la arena a mi alrededor y una dolorosa inmovilidad. Me enterraron hasta el cuello, me cansé de gritar perdón, no podía parar de llorar. La arena me comprimía cada parte del cuerpo y apenas me dejaba respirar. Con el correr de las horas sentí la garganta áspera como el mismo polvo que me rodeaba y la sangre de mis labios reventados fue el único líquido que pude tragar.

Tengo que pagar por lo que hice hasta que ya no se pueda exprimir más culpa de mi, pagar hasta morir.

Sé que en la oscuridad y bajo las sábanas, hombres y mujeres hablan en susurros de todo lo que ocurrió. Sé que casi todos en el pueblo han hecho en alguna oportunidad lo mismo que yo. La diferencia es que nadie nunca se animó a decirlo. La diferencia es que todos lo niegan y hasta ahogan el recuerdo para sí mismos. Lo que no se nombra no existe. Lo que hice mal, al fin y al cabo, fue decir públicamente lo que hice sin remordimientos. Desafié un orden en el que todos, armados de hipocresía, se habían acomodado.

Y ahora tengo que sufrir la vergüenza colectiva. Mi vida destrozada por quebrar un tabú.
Cuando por fin se den cuenta que he muerto vendrán por la noche y ocultarán mi cadáver. Al otro día nadie hará preguntas y poco a poco seré olvidado. El castigo quedará flotando en el recuerdo de cada uno como una advertencia. Mi vida le dará más tiempo a la Costumbre.

El sol sigue subiendo y hace rato que mi cabeza yace de costado. No tengo fuerzas, ni siquiera, para sentir miedo. Me estoy apagando. No puedo abrir los ojos, pero oigo los gritos y las risas que se acercan.

Casi puedo adivinar la decepción y el desencanto que sentirán los niños cuando, por fin, lleguen hasta mi.


5 comentarios:

  1. HOLA... EL SOL, LA ARENA, EL AMANECER, LOS CHICOS, LOS ADULTOS, UNA FORMA DE MISTICISMO HUMANO, DE HIPOCRECIAS Y DENUNCIAS, LO QUE ES CIERTO ES QUE SOLO VOS PODES MIRAR MAS ALLA DEL AMANECER...
    ABRAZO

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  2. Logras que me de una sensación de incertidumbre, a medida que voy leyendo porque me imagino un final inesperado, pero no existe ese finalll ....
    Y no se finalmente que hizo ese pobre hombre ...
    Aunque pueden ser muchas cosas pero no lo quiero decir :P

    Kar

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  3. Qué bueno que vuelva a publicar acá!

    Motiva la Copa ganada?
    Si no es en Marruecos, donde sea. No te tenemos miedo, Ronaldo!

    Saludos!

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  4. Me quedé pensando, German. Al fondo veo un exorcismo. ¿Enterraste bien hondo la cabeza?

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  5. Escribe Germán
    Cumpleaños Germán
    Felicidades!

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